miércoles, 9 de mayo de 2007

El Chaqueño Palavecino


Nelson, “el mendigo investigador”* en: “Dejáme de joder, loco...” (Una historia negra y despareja -como la cotorra de tu vieja-)



*Aclaración inicial: Por respeto a la naturaleza fétida y desnutrida del personaje, por favor evite bañarse o comer durante la lectura del presente texto.


A alguien se le escapa un tiro a la salida de una bailanta del porteño barrio de Constitución. Alguien recibe un balazo debajo de la axila derecha. Alguien cae herido de muerte. Alguien sale corriendo por la calle Salta. Alguien llama a la policía. Alguien encuentra, en el bolsillo de la víctima, una nota escrita con caca de viejo hemipléjico: “eso te pasa por robarme la campera, conchudo...”.


“Dejáme de joder, loco...”. En la puerta de un McDonalds, Nelson forcejea con un chico que quiere quedarse con parte de una hamburguesa que los empleados del local acaban de arrojar a la basura. Finalmente, el mendigo investigador introduce medio cuerpo en un tacho de residuos y logra hacerse, entre preservativos usados y jeringas con SIDA, de algunas papas fritas masticadas por algún cliente disconforme con la comida chatarra. “Ahora sí”, murmura el linyera, “con este mejunje en la busarda puedo aguantar dos días más sin comer...”. Y luego, tras propinarle 4 patadas en la nariz al niño que antes intentara robarle la comida, Nelson procedió a bajarse los pantalones para evacuar el contenido de una vejiga repleta de llagas y gusanos internos.


Así lo encontró la policía: meado. Como siempre...


“Te necesitamos, mugriento”, lo saludó el subcomisario Vergalito. “Pará, pará, pará...”, se atajó el indigente. “Si no me compran un sanguche de milanesa y un vino de acá no me muevo”, aclaró. “Mirá, si te hacés el duro, te meto en cana con 23 travestis en período de abstinencia... vas a ver cómo te dejan el opi... Dale, subí a la patrulla”, tronó Vergalito. Masticando la bronca, Nelson se acomodó en el asiento trasero del móvil policial. “¡Aguántense esta!”, chilló y, a las carcajadas, el mendigo procedió a liberar un nauseabundo y ruidoso gas. “Toma, Verga, fumátelo todo...”, alcanzó a murmurar antes de que el sargento Rastrojero le cerrara la boca de una trompada. “Cortála, mugriento, murió alguien... la comunidad te necesita”, pronunció Vergalito, mientras aceleraba el patrullero. “Bueno, entonces voy con ustedes”, gimió el mendigo. Y partieron rumbo a Constitución.


En breves minutos, la unidad policial arribó al lugar donde ocurriera el mortal incidente. Ya en la entrada de la bailanta, y luego de intentar lamerle las mejillas a 2 prostitutas dominicanas que, disimulando la picazón de un chancro molesto, trabajaban en el lugar, Nelson emitió su primer veredicto: “Esto es un ajuste de cuentas, cornudos. El muerto rompió un código: el pajero le robó a sus vecinos. Y eso, en el barrio, a la gente que uno conoce, no se le hace, loco...”. Vergalito enmudeció: sabía del talento investigador de Nelson, pero nunca lo había visto en acción. “Sos un genio, borrachín de cuarta, a partir de ahora le voy a decir a mis subordinados que, en caso de detenerte por cualquier gilada, eviten meterte una rama de algarrobo en el orto...”, sentenció el subcomisario, visiblemente emocionado. “Más te vale, forro, y quiero que me dejen revolver la basura de los tenedores libres en paz... Odio que me saquen a los tiros cada vez que me robo una pechuga de pollo de algún lugar...”, arremetió el mendigo. Enseguida, Nelson se acercó al cadáver y lo revisó íntegramente: “Loco, yo me quedo con las zapatillas de este salame... mis alpargatas tienen un olor a pata que ni yo aguanto”.


“¿Qué hacemos ahora, parásito?”, lo interrogó Vergalito. “Investiguen el domicilio de este tarado y fíjense con quién se trataba y demás... ahí está el punto: lo mató un conocido, che...”. Sin disimulo, Nelson se acercó hasta un volquete que, despintado, yacía a un costado de la calle Salta. “Loco, acá tiraron un calefón y una dentadura postiza que todavía tiene saliva, me llevo todo...”, murmuró. “Y también esto”, agregó, para luego, ante el estupor de los agentes de policía presentes, tomar de la cola un perro muerto que, aparentemente degollado, sangraba en el interior del reservorio de desechos. Haciendo un esfuerzo por no vomitar, Vergalito se interpuso en su camino: “¿Para qué querés eso, inmundo?”. “Para dos cosas, culo roto: hacerme un asadito con la carne, porque veo que todavía no está feo, y usar el cuero para coserme una musculosa”, aclaró el mendigo. “No sabés cómo me muero de frío cuando salgo a cazar gatos y palomas para la cena...”.


Evitando cualquier saludo, Nelson subió la bragueta siempre baja de su pantalón y se alejó del lugar. “Ahora vengo, loco, voy hasta la plaza Constitución... me estoy cagando y acá no hay pasto ni boletos de colectivo para limpiarme”, comentó, para luego avanzar rumbo a la calle Brasil. Obviamente, el mendigo no volvió... Nuevamente, una fuerte diarrea lo obligó -como tantas otras veces- a permanecer en cuclillas, y con el trasero apoyado contra una planta, durante toda la noche...


Una semana más tarde, un patrullero estacionó junto a la caja de cartón en la que, desde hacia años, vivía el mendigo. Tras arrojarle cáscaras de papa, protectores femeninos usados, y fideos vomitados por un preso, los policías aguardaron a que Nelson saliera a recibirlos. “¿Qué pasa, mogólicos?”, los saludó el indigente que, como siempre, se hizo presente con la ropa manchada de orina. “Tenías razón, muerto de hambre, al tipo lo mató otro tipo que vivía a media cuadra de la casa del tipo que murió. Fue un ajuste de cuentas...”, explicó un oficial. “Me alegro... y ahora rajen de acá: no me gusta que me miren cuando hago cacona...”, sentenció Nelson. La diarrea, al parecer, persistía... Así, y tras dejar un rollo de papel higiénico como sinónimo de agradecimiento por la ayuda prestada, los policías abandonaron el lugar haciendo un esfuerzo por no aspirar el fuerte olor a podrido que, insoportable, se desprendió del mendigo cuando éste bajó su pantalón.



Bicho Moro