domingo, 1 de junio de 2008

Nelson, “el mendigo investigador”* en: “Sos vos, loco...” (Una historia negra y despareja -como la cotorra de tu vieja-)

*Aclaración inicial: Por respeto a la naturaleza fétida y desnutrida del personaje, por favor evite bañarse o comer durante la lectura del presente texto.




“A ver, palanca en la cola, abríme la reja que me parece que el Quico este está durmiendo”, ordena una voz que huele a chinche verde. “¿Te parece, doble sucio? Aparte este pibe no sabe nada del rinoceronte ese que los bolivianos carnearon ayer en el zoológico”, replica otra garganta. “Abrí te digo... o te bautizo con un chorro de este Tang naranja-mango”, amenazó la primera, al tiempo que blandía un pito de cuero negro surcado de picaduras de vinchuca. Como cada jueves, Nelson andaba de interrogatorios. Y en la seccional 3 de Don Bosco había escasez de vacunas Sabin y BCG, por lo que todos esquivaban acompañar al mendigo investigador por temor a contagiarse alguna variedad desconocida de poliomelitis.

Ya dentro de la celda, una montaña de pelo en posición fetal lo observó desde la oscuridad. “Rajá, puto... a mí no me vas a intimidar con ese olor a Vascolet vencido”, atacó un murmullo. “Mirá, manoseado de feto, yo te voy a sacar la verdá... así que andá largando quien mordió primero al rinoceronte o te lleno de tantos porongazos que en dos horas vas a terminar cantando el himno de Temperley en toba”, apretó el croto que resuelve casos.

“Y ahora, venite pa’ la luz que quiere ver el opi de topo que hoy me voy a murrear. Vení para acá”. No había dado dos pasos cuando el fluorescente repleto de grasa de chuleta iluminó de lleno una cabellera rubia. “Pero...”, se trabó Nelson. “Pero...”. “Pero... sos vos, loco. Sos Nico, el de Brigada Cola”. “Sí, soy yo. Pero no me llamó Nico sino Javier Alejandro, cajeta de tucumana, y ya tengo como 40 años... así que por lo menos, puto come picaportes, devorador de mollejas rellenas de talco Efficient líquido, ¡llamame Nicolás!”.

“Pero qué te pasó, nene. Si te habré visto mientras se la colocaba a la gorda con cáncer que antes me fiaba el cantimpalo. Decíme, ¿vos lo empernaste alguna vez al perro Tronco? ¿Por qué le decían Tronco y no Tronca, si la tenía como para remover escombros?” “Basta, baranda a gitano rumano... esto no es joda. ¿Por qué mierda no hacés algo para sacarme de acá?”. “Pero no, Nico, ¿estás en una misión? ¿Dónde está Mónica Guido, que quiero fumarme sus pedos?”. Javier Alejandro perdió la paciencia: “Cortita te la hago, cuidador de piojos: caí en cana porque afané en un kiosco de San Martín ¿entendés? Soy un fuma paco mal, me cabe aspirar líquido de frenos de Estanciera y reventarme las venas inyectándome Danonino caliente ¿calás ahora?”.

“Pero, loco, reaccioná: sos Nico. Loco, sos Nico. Yo te voy a ayudar”. Dicho esto, Nelson le ordenó al faloperito que tome el trapo meado con el que se tapaba en la celda y lo acompañe. “Yo te voy a reivindicar, Nico (“Me llamo Javier Alejandro, hijo de puta”, replicó el ex pibe) seguíme que de acá volvés al estrellato”, se relamió Nelson. Tras un serie de papeles firmados y la promesa de que no iba a embarazar a la mujer del policía de turno, Nelson y Nico salieron a la vereda de la seccional 3 de Don Bosco.

“Y ahora, vamos por un caso”. “¿Por qué mejor no vas por un jabón, hijo de puta? ¿Tu vieja se olvidó de sacarte toda la placenta cuando naciste?” “Sos loco, Nico, jajaja (“Javier Alejandro, hijo de mil puta”)”. No tuvieron que esperar mucho: en la vereda contraria a la comisaría, dos pendejos con una itaka en la mano encañonaban a un uniformado que justo bajaba de un patrullero. “Eh, gato negro, dame el relos, el celular y el emepetré’”. “Dale, gato negro, yuta hija de puta, bajate el pantalón que te queremos mirar la chota. Dale, rati”, lo apuraban los desnutridos.

“Shhhh... vamos a rodearlos... Agachate atrás del Fiat 128 ese que yo ahora te alcanzo”, dirigió Nelson.
“Loco, lo que juntamos, miti y miti, ¿eh, bolsa de costra? Pa’l paquito, loco”, intentó seducirlo Nicolito. “Qué decís, catador de bichos... Recatate. Ponete media pila, vikingo fuma pasto, porque te entro sin manteca. Volá, volá...”, contestó el croto. En la vereda de enfrente el apriete seguía: “Eh, Patito Feo, Sofovich, Piñón Fijo, pasame la tarjeta de débito y agachate que ahora viene mi viejo a medirte el pozo de petróleo”, rieron los pendejos.

“Ahora”, saltó Nico. Pero Nelson... Nelson... “¡Qué hacés, sarna!”. “Nada, esto me pasa siempre que me pongo nervioso”, alcanzó a chillar el mendigo al tiempo que depositaba sobre el pavimento una copiosa cacona. Apretándose la panza, el croto apuró el último Conogol para luego subirse el pantalón de un santiamén. Nico amagó vomitar. “Tranquilo, Nico (“Javier Alejandro, hijo de mil puta”), que el chiripá que tengo puesto me lo cambié hace sólo una semana”.

Para esto, los pendejos ya los habían descubierto. Y el padre de los dos indigentes le enterraba el picado fino al cana, que apretaba los labios y arañaba el capot de un citröen 3CV que justo estaba estacionado por ahí. “Eh, vo’ y vo’, vengan para acá... y hagan fila, que mi viejo tiene crema para todos”. “Pero pibe... ¿vos no me conocés a mí?”, probó el ex niño prodigio. “No, loco... a vos quién te juna? “Soy Nico, pá, el de Brigada Cola... Francachela, Tronco... Gladys Florimonti”. “Mirá, al único Nico que conozco es a Cabré y me cae mal, culo apretado... así que vos también bajate las bragas que papi tiene un brazo de tenista colgándole entre las piernas que quiere saludarte”.

No había terminado de decir eso cuando el padre de los desnutridos se detuvo. Y con la pija llena de la caca del policía y lágrimas en los ojos se acercó adonde estaban Nelson y su compañero. “Vos... vos sos Nico ¡Nico! El aprendiz de Echavarría... Extermineitors. El pequeño ninja... ¡Nico! ¡Nico!”, y abrazó a Javier Alejandro Belgieri como si fuera su propio pito.

La distracción lo permitió todo: recuperado, el policía le quitó la itaka a los pendejos y Nelson, emocionado por el cuadro, largó un soberano chorro de meada que encontró lugar en la garganta de unos de los pibitos. “Ea, veo que te gusta el gueitorei, pichón. Decíme si tiene gustito a uva”, y le dio potencia a su manguera.

Depositados en la comisaría. Nelson procedió a despedirse del reivindicado ex héroe popular. “Ya sabés donde encontrarme, así que cuando decidas salir a afanarle los medicamentos a algún que otro enfermo de SIDA o pincharle las ruedas a las sillas de los que tienen amputados las patas, pasame a buscar”.

“Nelson, la concha de tu madre, no te voy a olvidar. Te debo una...”, gritó Nico. Pero cuando quiso volver nuevamente a la vereda, dos policías le franquearon la entrada. “En eso estaba pensando justo. Te van a soltar, pero antes los pibes quieren un toque de amor. Entendelos, fumador de colchones, no siempre se pueden abrochar a un mostro de la tevé”. “A ver, llamálo a Tronco ahora, Nico”, rió el croto. “Javier Alejandro, hijo de mil puta”, se le escuchó a decir al drogón irrecuperable, antes de perderse en los oscuros pasillos de la comisaría.

Bicho Moro