sábado, 30 de junio de 2007

Disco es cultura: Soy pan, Soy paz, Soy Mas (soy flan, soy Taunus, soy Temperley)

Saluden a la fauna cadavérica de Piero. Porque manosear a un nene con poliomelitis ¡también es cultura!

lunes, 18 de junio de 2007

Estreno: “Iluminados por una Renault Fuego”, la nueva película de Antonio Cafiero y Gastón Pols







Un drama único, que retrata la gesta de Malvinas vista desde la óptica de una nena trasplantada. Dos amigos y un desafío: dar con una concesionaria Renault abierta en pleno Puerto Argentino el 2 de abril de 1982 a las 3 de la tarde.

Patriotismo en 4 ruedas, 2200 cc de cilindrada, carburador de doble boca, caja de 5 velocidades, tracción delantera, y 123 cv de potencia que aseguran una velocidad máxima de 200-205 kilómetros por hora.

Iluminados por una Renault Fuego. Una metáfora del empleado público en tiempos del biocombustible. Llantas de aleación que se hunden en la turba malvinense. Un escuadrón de intratables cazabombarderos Sea Harriers y un capot que no cierra...

El abrazo al abrigo de pingüinos y kelpers apareándose desenfrenadamente. Un eterno olor a osamenta de lobo marino. Y el dolor... el eterno dolor en esa rodilla lastimada en un picadito de solteros contra casados...

Con la peronística actuación de Antonio Cafiero, como “Lancha”, y Gastón Pols, en el papel de “Cinzano”.


Estreno: martes 19 de junio. Cines “Oaky” y “El enano Garrison”.

jueves, 7 de junio de 2007

Vicky


Nelson, “el mendigo investigador”* en: “Tocáte esta, loco...” (Una historia negra y despareja -como la cotorra de tu vieja-)




*Aclaración inicial: Por respeto a la naturaleza fétida y desnutrida del personaje, por favor evite bañarse o comer durante la lectura del presente texto.



Veinte centavos. Nelson contó las monedas una y otra vez: con eso no le alcanzaba ni para comprarse medio morcipan. “La concha de la lora”, pensó, y nuevamente se acercó a la fila de taxis que, cagados en el techo por las palomas, amagaba frenar en la estación de trenes de Retiro. Enseguida, se acercó a un auto y abrió la puerta trasera. “Baje por aquí, señorita”, le sugirió el mendigo a una mujer cargada de bolsos. Luego, le acercó la mano esperando una limosna. “Rajá de acá, negro de mierda”, lo increpó la joven. “A los cabezas como vos hay que cortarles las pelotas para que no se reproduzcan”, siguió. Nelson no se quedó atrás: “Calláte, frígida... a ver si todavía te pongo un garzo en el lomo”. Y, tras hacerse a un costado, el linyera bajó su bragueta y comenzó a orinarle los bolsos a la viajera. Cuando la chica ya se alejaba, el mendigo, vengativo, alcanzó a mancharle el equipaje con el contenido de un preservativo pinchado que había encontrado junto al cordón de la vereda.


A cientos de cuadras de allí, una tragedia sucede: una anciana en silla de ruedas, sorda y epiléptica, es empujada a través de una rampa de Supermercado Coto. Era la tercera en menos de una semana. Carente de pistas, la policía no tuvo mayor opción: había que contactar a Nelson, el mendigo investigador. Cuando un patrullero dio con él, lo encontró tomando agua de un charco junto a las vías del Ferrocarril San Martín. “Está rica la sopita” murmuró, antes de que un agente le aplicará una patada en la oreja izquierda. “Nelson, vení con nosotros... hay otro loco suelto en Buenos Aires”, vociferó el policía, mientras trataba de que Nelson no se limpiara los mocos -verdes y rojos- en la solapa de su uniforme de oficial. “¿Qué querés, ano roto? Me chupa un huevo lo que pase... unos amigotes me están esperando acá a la vuelta para ir a tirarle bosta de caballo a una pendeja que ayer me miró fiero”, comentó el mendigo. “Das asco, mugriento, dejá de sacarte la cera de los oídos con ese escarbadiente, y acompáñame...”, ordenó el agente. A dos metros, un patrullero con dos policías fumando marihuana, y sacando el pito por la ventanilla del auto para saludar a la gente, los esperaba...


Cuando llegaron al Coto de México y Pichincha, la anciana ya había muerto. Tenía la pollera levantada, y varios chicles pegados en los pelos de la entrepierna. Nelson se acercó y despegó uno de los masticables. Cuando todos pensaban que iba a examinarlo, el linyera se lo metió en la boca. “¿Sabés cuánto hacía que no me comía un bazooka tutti-frutti, conchudo?”, le dijo a un policía que lo miraba. Luego, comenzó a lamer la encía, las axilas, y el ombligo del cadáver, hasta dar con unas marcas a la altura de los muslos. “A esta vieja de mierda la manosearon toda, loco”, murmuró. “Tiene el upite abierto como una sandía, y el tipo que la atacó parece que le metió un pie en la concha porque veo que le quedaron restos de talco Efficient en la argolla”, completó. “¿Cómo pudo ser?”, tembló un agente. “Mirá, forro: por lo que puedo adivinar, a esta arruga andante la manoseó un enano. Se nota que el puto ése era petiso porque no le tocó ni una teta a la vieja... Seguro que no llegaba...”, argumentó el mendigo investigador.


Alejándose por unos segundos de la escena del crimen, Nelson trató de capturar, sacudiéndole un cascotazo, a un gato que justo pasaba por ahí. “Le erré, la puta madre”, se lamentó, para luego empezar a revolver los canastos de basura emplazados alrededor del supermercado. Un segundo después, el mendigo se acercó nuevamente a los policías, aunque ahora chupando una naranja que había encontrado tapada por dos pañales usados en una boca de tormenta. Sin pensarlo dos veces, Nelson se bajó el pantalón y, tras reventar a una ladilla que justo le caminaba por un testículo, se colocó uno de los pañales. “Ahora sí, loco... Últimamente no sé qué me pasa, voy caminando y la cacona se me sale sola... se me desparrama por las patas... y estoy podrido de que después las putas no quieran chuparme el culo porque dicen que tengo soretitos enroscados en los pendejos del ojete”, aclaró, para después pegarse, a la panza, el pañal Mimito recontra meado que había hallado.


Rascándose el pelo cubierto de caspa y seborrea, Nelson dio una última apreciación del caso: “Pajeros, busquen a todos los enanos del barrio, metan picana a lo pavote, y van a ver que uno confiesa... Enanos del orto, habría que hacer jabones con ellos...”. Después, y sin previo aviso, el mendigo investigador procedió a limpiar con saliva el parabrisas de una citroneta que, manejada por un gordo al que le faltaba un brazo, esperaba por el rojo del semáforo. Tras recibir algunas monedas, Nelson se alejó corriendo, rascándose el culo con una varilla a través del pañal, de la vereda del super Coto.


Tres semanas después, un policía de civil ubicó al mendigo, quien se encontraba en Palermo orinando en la cara a un bebé que, descuidado, dormía profundamente en su carrito. “Atrapamos al enano, roñoso”, lo saludó el agente. “Trabajaba en una ferretería, y lo sorprendimos tocándole el culo a una ciega en San Cristóbal”, completó. “Tocáte esta”, dijo Nelson y, sin pensarlo dos veces, apoyó su miembro lleno de costra en la mano del policía. Rápido de reflejos, el agente golpeó el prepucio del linyera con su machete y, caído Nelson, se ocupó de pisotearle el glande durante un buen rato. Ya libre, y con el pito lleno de tierra, el mendigo investigador se alejó del lugar. “Decí que me acabo de vomitar...”, murmuró Nelson, mientras una espuma verde y blanca se desprendía de su boca para después pegotear su barba transpirada. “Que sino, te pongo en cuatro y vas a ver que te dejo el culo como una bondiola”, agregó, antes de perderse entre los árboles del paseo porteño...



Bicho Moro