miércoles, 8 de agosto de 2007

Dulce pequeñín (anécdota)

Iba en el 65 a las 5 y media de la tarde. Dos horas más tarde de mi horario de salida del laburo, así que a imaginarse la calentura que traía. Maldormido. Malcomido. Y con una molesta picazón en el huevo derecho...

Dejé pasar a un travesti con soriasis. $0,80. Y de la nada lo veo ahí... riéndose como un pelotudo. Con los dientes para afuera. Corte de pelo típico de cotolengo... Junto a su mamá. El dulce pequeñín...

Cagándose de risa de la nada. Le carburaba mal (me di cuenta al toque) Gritaba y se reía. 10 años por lo menos. Las bolas grandes como la batería de un falcon. Y se reía como un puto al que le habían embocado una carretilla sin ruedas en el opi...

“No me jodas, pendejo”, pensé... y me apoyé contra un vidrio, de frente al asiento del mogui. “Gggggggggggggghhhhhhhhhhuuuuuuu”, era su manera de comunicarse con la galaxia. “De qué te reís, forro”, medité.

Subí el volumen del MP3. “Ohhhhhhrrrrrrrrrrrrrrrmmmmmmmpu”, seguía, el muy conchudo. Puse un poco de Pantera al palo. Nene hijo de puta. Y la madre ¿pedazo de puta, enfiestada mal, por qué mierda no dejás al animalito, al suricata de mierda ese, dentro de tu casa?

Cavilé sobre la necesidad de eliminar a los opas. “Aaaaaaaaputttttttttttttttttttttttmok”, replicó el insecto unicelular. El colmo: el cybermogui saca una bandita elástica de uno de sus bolsillos. Lástima que no era una yilet, así se divertía arrancándose pedazos de cuero de su cabeza llena de leche cultivada...

¿Y qué hizo el hijodeputita? Empezó a usar la gomita como una honda. Y le sacudía papelitos a la gente. En una me apuntó a mí. Semi-down, pensé, ojalá se olviden de vos en el desierto de Atacama, cornudo, y te ataquen 16 variedades de toros en celo.

Y te dejen el upite amplio como un horno microondas. El pobre era tan imbécil que me apuntaba y no le salía el tiro. Lo odié. Y a su estúpida madre, por no hacerse cargo de la taradez de su feto evolucionado. Por no congelarlo y entregarlo a la ciencia.

Por no darle una mamadera con pis cada mañana hasta provocarle la muerte...

Por fin, toqué timbre y me bajé. Le dediqué un fac iu desde abajo del 65. Mogólico choto. Espermatozoide torcido. Pero el bondi no arrancó. No se movió.

Al contrario, después de un minuto bajó el chofer. Y apuntando su garra al malformado me gritó: “mirá, loco, ya me tenés los huevos llenos. Cortala de dejarme a tu hijo cada vez que podés”.

Dicho esto, pegó dos saltos, agarró al pendejo de una caries, y lo dejó al lado mío antes de retomar la marcha...

Ahí fue cuando decidí volverme transexual (y empezar a llamarme “Marisa”)


Bicho Moro