martes, 13 de noviembre de 2007

Humo

En la cancha de paleta del Libres del Sur una atmósfera dulzona reemplaza el olor a milanesas. Desde una punta del salón la vieja máquina de humo larga una columna de gas que se esfuma al llegar al centro, justo bajo la bola de espejos. Algunas luces rojas y un par de reflectores amarillos alumbran la barra de tablones y caballetes improvisada junto a la entrada. Contra la pared del fondo está el escenario, apenas unos peldaños de madera calafateada. El resto es oscuridad. Cerca de las paredes se acumulan algunas mesas con sillas traídas del comedor del club. La pista está vacía pero en los parlantes se adivina la percusión de alguna cumbia, lanzada como para matar el tiempo.

El Palanca está metido detrás de un biombo, justo al lado del escenario. Tiene una consola plateada marca Hitachi, conectada a una bandeja de doble casetera y una de CD que casi no usa. Es que acá salen mucho los enganchados viste, y eso con el compacto no lo podés hacer, no te queda igual. Yo grabo todos los temas en la semana y hago los enganches a mano. Vas bajando el volumen desde la consolita y cuando está justo, largás la pausa y empezás a grabar el otro encima. Arranca bajo, pero después lo normalizás. Sobre la mesa hay dos cajas Citacrom con más de cien casetes cada una. Negras, de cuerina, con los espacios para las cintas separados por pequeñas solapas de plástico. Los lomos de los casetes con los títulos escritos a mano en marcador negro parecen jeroglíficos a la luz del spot.

Empecé vendiendo discos en las milongas hace 20 años y mal no me va, dice el Palanca. Después se vuelve a poner los auriculares, mira de reojo. Su mano hace escalar el botón rojo y un rocanrol de Los Tammys invade el salón. Al fondo, un pelado y una mujer de rulos se levantan y corren hacia el centro de la pista.

Miriam apaga el secador de pelo, el Gitano está casi listo. Se mira al espejo, agita la melena y se retoca las patillas con un gesto automático. Después se agacha para mirar por un agujerito que hay en la pared. La puta que lo parió, no vino nadie. Miriam se da vuelta y guarda el secador en su bolso. No vino nadie, repite el Gitano sin despegar el ojo de la pared. Es temprano, susurra Sobaquito que acaba de entrar, pero él no lo escucha. Encima pusieron a andar ese humo de mierda que me seca la garganta. Vuelve a la silla y enciende un cigarrillo. Avisale al Palanca que fumo este y salgo, anuncia sin dejar de acomodarse el pelo frente al espejo. Sobaquito se refriega las manos. Recién estuve con él, dice que esperes, falta que lleguen las chicas. El Gitano gira en su asiento y me mira. Estoy en un rincón oscuro, no sé si alcanza a ver mis ojos, pero igual bajo la mirada y hago foco en el cemento alisado del piso. Las chicas se quedaron en casa, con esta lluvia de mierda tienen miedo de resbalar y que les salga la prótesis de la cadera. Miriam larga una carcajada que estalla contra las paredes desnudas. Levanto la cabeza y me encuentro la cara del Gitano congelada en el espejo.

A mi edad no puedo aspirar a garcharme una pendeja de veinte años, aparte que no me da el cuero ni con la pastilla ¿me entendés? Pero una de cuarenta estaría bien. El Gitano apoyó los bazos en la baranda y miró hacia el río. Era domingo en la costanera de Quilmes. Igual es al pedo, con los quilombos que yo tengo, capaz que conozco una mina y la dejo plantada en la puerta del telo. ¿Y tu ex?, pregunto. Esa hija de puta me dice que si me ve con otra se tira por el balcón y yo sé que lo hace. Vive en un piso 11, pero la muy conchuda seguro que no se muere: queda paralítica y yo la tengo que bancar. Tampoco se va a tirar, arriesgo. El Gitano gira hacia mí y se acomoda los RayBan. Vos no la conocés. Una vuelta, cuando estaba embarazada de Rominita, a mí se me hizo tarde en un recital y ponele que tenía que volver a las 2 y volví a las 4. Llego re mamado, abro la puerta, un olor a gas insoportable. Voy a la cocina: el horno y todas las hornallas abiertas. Y la hija de puta tirada en la cama, medio desmayada, me dice: tu hija y yo te estábamos esperando, llegaste tarde. Desde esa vez, la cagó del todo. Vos me vas a decir que soy un animal, pero para mí que le quedó la cabeza llena de humo.

Torito